Nuestro Diccionario de la Lengua Española, el de la Real Academia, con más de dos siglos de historia, llegó en 1984 a su tan esperada vigésima edición. El Diccionario, conocido popularmente como DRAE, arrastra desde su nacimiento, allá por principios del XVIII, grandes virtudes heredadas, a la vez que lastrantes vicios congénitos, vicios de familia, que se remontan a su primer antepasado, el Diccionario de Autoridades, que desde su primera planta, presentada en 1713, consagró como norma lingüística y lexicográfica ciertas actitudes que, si bien casaban perfectamente con el ambiente y la sociedad del recién nacido dieciocho, nada tienen que ver con nuestro ecléctico, electrónico y descreido siglo. El Diccionario tiene como principal defecto el de no intentar una renovación celular y el considerar que su sangre, por ilustre, no necesita oxigenación. Por ello, el nuevo diccionario de 1984, como los anteriores, se limita a añadir definiciones a ciertos artículos, suprimir algunas (pocas) de otros, o introducir nuevos artículos cuando el veloz avance tecnológico de nuestra sociedad así lo reclama. No obstante, los académicos de la lengua cuya capacidad y dedicación no puede poner nadie en duda, han introducido en esta nueva edición ciertas modificaciones en sus artículos, no motivadas solamente por cuestiones científico-tecnológicas, sino relacionadas directamente con los avances de nuestra sociedad en materia social. Y ésta es, precisamente, la razón del presente artículo, que se propone recopilar y analizar los términos que en esta nueva edición del diccionario han sufrido alguna modificación ocasionada por el cambio que la mujer está realizando en el seno de nuestra sociedad.